octava 65. Vertientes. Camaguey, Cuba


He recibido un correo especial y una foto, la foto fue un reenvío, había llegado antes a mi hermano en Costa Rica, la hizo uno de mis sobrinos que aún trabaja por allá, mi hermano nos escribió esto:
"Esa casa podía haber sido bonita si hubiésemos tenido dinero. Había mucho amor pero jamás hubo dinero ni "mata que lo pariera", como diría mami. Pasamos las de Caín ahí, pero estaban Mami y Papi, y todos nosotros mucho más cerca de ellos dos.
Era además la casa de todos los guajiros de Aguilar, Buenaventura, Cuatro Compañeros y San Carlos. Guajiros en el mejor sentido de la palabra, no es haciéndome el más civilizado. Cualquier madrugada llegaba lo mismo Inés Castellanos con sus nietos para hacerle análisis, que Rosalba con alguna hija, que todos los parientes juntos a algún velorio, o Tío Juan y Tío Lolín a ver a Mami, o cualquier primo tercero o primo cuarto que mami siempre quería que nos acordáramos quién era y se molestaba si no sabíamos.
Ese lugar está en mi mente con una vigencia tal que no se va de mis sueños. Es tan recurrente como increible. ¿Todavía estará la mata de mango hilacha? ¿y la de anón?
Quizás algún día podamos comprarla de nuevo, ¿quién quita?"

Dijo nuestro gran Benedetti, que la infancia era para muchos como un paraiso perdido y para otros, un infierno de mierda. Ese es el misterio de Octava 65, fue nuestro paraiso de la infancia, y no eran las paredes ni los muebles que hubo dentro, mucho menos los efectos elctrodomésticos (sólo bombillas incandecentes), era la magia de amor de nuestra madre, que hacía a todos sentirse abrigados y atendidos, porque además de los guajiros estaban los amigos de todos sus hijos, los vecinos y los locos y abandonados del Vertientes. Todos cabiamos y podiamos dormir en aquella casa de sólo dos dormitorios, y comer en aquel banco largo que estaba detrás de la mesa. Quiero dar un HURRA a la mansión de octava 65, a nuestro castillito de amor.