Han echado basura en mi verde jardin.


Podemos "ser" muchas cosas y cada persona sentir, al serlo, algo diferente. Pero algo muy común es ser feliz cuando se "es" universitario. Aunque luego te realices como persona o profesionalmente, ese estado no vuelve.
En mi vida fue, además, una época mágica que tengo algo idealizada. Tenía muchísima madurez, que se combinó con sueños optimistas y voluntad para echarle con todas mis "ganas". Formé un buen equipo con personas excelentes y con todo esto, vivía a plenitud cada día.
Desde que me dieron mi diploma no había vuelto a mi querida universidad sino en añoranzas y sueños. Este verano he regresado a la Universidad Central de Las Villas, que también se ha llamado Martha Abreu o Abel Santamaría. Para el que no la conoce creo que es la más bonita de Cuba, está en las afueras de Santa Clara y es un lugar idílico, hay un micro clima que la hace bastante fresca todo el año, la arquitectura en juego con el terreno es elegante, moderna y sobria... Los árboles gigantes, las aulas de la facultad de letras sobre todo la de arte y la martiana. !Y qué digo de la biblioteca, ¡qué sitio aquel con toda aquella luz natural que entra por los ventanales de cristal que bajan desde el mismo techo!, rodeada de árboles que además de sombra se llenan de pajaritos que le ponen música a un silencio respetuoso e inteligente. Creo que era mi sitio preferido, aunque también está el jardín botánico. Allá nos íbamos sobre todo en épocas de exámenes. Es sencillamente un paraíso en la tierra. Que no demerite el comedor, sobre todo en las noches cuando cerraban la biblioteca y no habíamos terminado de prepararnos para exámenes o seminarios, se podía amanecer allí. También con persianas de cristal desde el techo, todo luz y aire...Puedo continuar y llegar a la beca, al edificio que llaman "900", por la cantidad de albergadas allí. Cuánto amor a nuestro cubículo, casi casa, que cuidábamos y adornábamos para ganar en la emulación. En la pared una frase "el respeto al derecho ajeno es la paz", de Benito Juárez, era además una regla de convivencia.
La permanencia casi intacta de esos recuerdos fue lo que me permitió no echarme a llorar al ver todas aquellas áreas verdes enmaniguadas. Mi facultad chorreando agua de filtraciones, la elegante oficina del decanato convertida en especie de ratonera con no sé si dos o tres ¿oficinitas? dentro, el gran mural desteñido, la biblioteca bien sucia, con cagadas de gorriones que parecen tener años allí, una sala cerrada y llena de muebles rotos, el comedor sin persianas (no sé cómo se protegen ahora allí de la lluvia y el viento), el "900" está semicubierto de moho negro y a la entrada hay un basurero (vi como la derramaban desde arriba). Eso sí, los framboyanes pequeñitos en los 80, son ahora unos árboles preciosos. Al edificio de extranjeros se le llama ahora "el hotelito" y en la planta baja de éste hay una tienda en divisas, un restaurante y una pizería...
Cogí donde siempre la Ruta 3, me bajé donde mismo y caminé como siempre, pero esa ya no es "mi universidad". Allí recibí un título que amo por sobre casi todo, no pagué directamente ni un centavo por mis estudios, aunque tuve profesores a los que, de tenerlo, les hubiera pagado en oro. Recuerdo cómo íbamos a trabajar al autoconsumo, fui cada año a las Brigadas Estudiantiles de Trabajo un mes de mis vacaciones, estuve en las llamadas "obras de choque" de la juventud, cuando se construía la Refinería de Cienfuegos y también en Moa, hacía cada mes mis guardias nocturnas. Después de graduada me fui a cumplir con mi servicio social en aquellos apartados (ahora muy amados) pueblos de Majibacoa en Las Tunas y de allí me mandaron de "misión" a una unidad militar en Baracoa, en el llamado "Plan Turquino de reanimación cultural", luego por fin a mi Camagüey en la Biblioteca Provincial y como siempre trabajando con mucha entrega, con mucho amor...
Ahora necesitaba un documento de la universidad para homologar el título en España y ese fue uno de los motivos de mi viaje a la Universidad. Ya había recibido una certificación de notas por medio del Cónsul (250 dólares), pero piden también el plan de estudios, contenido y horas de cada asignatura, y todo eso, según un jurídico me explicó, entre una cosa y otra, me puede costar más de 600 dólares. Estoy por concluir que mi título no me sale gratis como creí en su día. Prefiero, el día que lo tenga, dar ese dinero a mi sobrina Norelis a quien el ciclón del año pasado le tumbó la casa, para que consiga los materiales que necesita o seguir ayudando a uno u otro a resolver algún problema. Mientras, seguir tirando con mis contratitos por cursos.
Cuando empecé a escribir esto , por una de esas asociaciones que nos monta el subconsciente me vino parte de esa canción de Silvio que dice "han echado basura en mi verde jardín". Yo no voy a buscar "al culpable de tanto desastre" sólo quiero lamentarlo.

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